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Investigadores locales desarrollan estrategias biológicas contra tres especies problemáticas de nuestra región
Su efecto no es tan inmediato como el de los insecticidas químicos, pero una vez que se produce se prolonga mucho más. Además no contamina el ambiente ni daña a otras especies fuera de aquella a la que se dirige. Son las ventajas de recurrir al control biológico, una estrategia basada en el uso de organismos vivos que un equipo de investigadores locales busca aplicar contra los mosquitos de nuestra Región.
El proyecto, desarrollado en el Laboratorio de Patología de Insectos Vectores del Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores (CEPAVE), apunta a encontrar enemigos naturales para las más de doscientas especies de mosquitos existentes en la Argentina, aunque se concentra principalmente en las tres más comunes y problemáticas de nuestra región.
Se trata de la Aedes aegypti, la Culex pipiens y la Ochlerotatus albifasciatus. Mientras que la primera de ellas es la responsable de la transmisión de los virus del dengue y la fiebre amarilla, las dos últimas funcionan como intermediarias de otras enfermedades virales que afectan tanto a humanos como a animales domésticos.
“Buscamos organismos que enfermen a estos insectos. Los más fáciles de trabajar son las bacterias y hongos, porque se pueden producir in vitro, en cambio los virus necesitan células para crecer”, explica Juan José García, uno de los integrantes del equipo de investigación del CONICET y la UNLP.
Los agentes que intentan encontrar no necesariamente tienen por finalidad matar a la especie blanco; muchos producen sólo efectos subletales como la esterilización o la reducción del número de nacimientos y de la longevidad de los adultos.
Cualquiera sea el caso, el funcionamiento de cada uno de esos agentes depende en gran medida de las condiciones de los sitios de aplicación. La temperatura, los rayos ultravioleta, la contaminación, la presencia de materia orgánica y la salinidad del agua pueden incidir en su efectividad.
“A diferencia de los productos químicos, que tienen un modo llano y rápido de actuar, los biológicos requieren cuatro o cinco días. Es que hay que tener en cuenta las características biológicas del organismo que se está utilizando, del que se desea controlar y de la interacción entre los dos en un determinado ambiente”, explica García.
De ahí que los métodos biológicos no se platean como la alternativa a los insecticidas químicos. Estos “son y seguirán siendo irremplazables en los momentos críticos, como cuando hay brotes de alguna infección y es necesario eliminar a la especie que la transmite”, afirma el investigador.
ESTRATEGIAS A MEDIDA
A fin de diseñar una estrategia de control efectiva para cada especie, resulta esencial estudiar a fondo su taxonomía, es decir sus características distintivas, una tarea que en el equipo del CEPAVE realiza Gustavo Rossi, profesional principal del CONICET. “Estudio la identidad de los bichos; el quién es quién”, explica él.
Si tienen manchas o no, cómo son sus patas o su cabeza, y cualquier otro rasgo que contribuya a la clasificación de las especies es lo que le interesa a Rossi, quien analiza tanto las muestras que le acercan otros científicos como las que él mismo recolecta. Con lupa o microscopio observa los rasgos físicos. Acerca de su conducta y modo de vida aprende estando en el campo.
“Los mosquitos no son todos iguales. Algunos transmiten enfermedades y otros están sindicados como vectores, pero no de manera comprobada. Los hay que ni siquiera pican”, explica María Victoria Micieli, una de las integrantes del equipo de investigación, quien comenta que las que pican son siempre las hembras porque necesitan sangre para poner sus huevos. Los machos se alimentan en cambio del jugo que extraen de las plantas.
En lo que hace al comportamiento, las especies más comunes en nuestra región tienen características que permiten distinguir a unas de las otras. La Culex pipiens, por ejemplo, vive en zanjas y se cuela en los hogares por la noche; la Aedes aegypti tiene su hábitat en recipientes de agua y pica al amanecer y al atardecer, preferentemente en las partes bajas del cuerpo; y la. Ochlerotatus albifasciatus, suele habitar lugares deprimidos y arremete con todo luego de las lluvias.
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