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Séptimo Día |LITERARIAS

Ramón Tarruella: que cien años no es nada

13 de Julio de 2014 | 00:00

Por EMMANUEL BURGUEÑO

Agosto de 1914. La Primera Guerra Mundial o Gran Guerra (1914-1918) como la llamaron sus contemporáneos, empieza a repercutir en este lado del continente. La intervención en el conflicto de Gran Bretaña pone en peligro la importación de carbón y combustibles. Se hace necesario racionalizar el consumo: las luces se apagan. Toda una metáfora de lo que se venía, la caída del “Gran Dios Occidental”, como no deja de señalar Ramón Tarruella en su libro 1914, Argentina y la Primera Guerra Mundial.

Por aquel entonces la palabra escrita monopolizaba la capacidad de narrar. Era la época en que los diarios llegaban a cifras récords de tiradas y los intelectuales contaban de prestigio y tenían incidencia en la construcción de la realidad. El escritor Roberto Payró será considerado el “primer corresponsal de guerra de la Argentina”, aunque igual mérito podría arrogarse a los periodistas Soiza Reilly y Emilio Kinkelin. El 29 de julio de 1914, La Prensa anunciaba que el diario había llegado por primera vez a los 180.000 ejemplares. Una de las causas, aunque la menos importante, era el comienzo, un día antes, de la Gran Guerra. Las otras dos causas de la avidez del público lector fueron el caso Livington (un empleado bancario muerto de cuarenta y ocho puñaladas) y el juicio a madame Caillaux (acusada de haber asesinado de un balazo a un periodista que hostigaba a su marido). La muerte, entonces no menos que ahora, siempre gozó de buena prensa.

NEUTRALIDAD

La neutralidad nuestra de cada guerra llamó Tarruella, jugando con las palabras, al capítulo dedicado a nuestro pacifismo en los conflictos ajenos. La muerte del vicecónsul argentino en Bélgica a manos de los alemanes, así como la quema de los archivos del consulado; la detención del barco Presidente Mitre por parte de Gran Bretaña; los hundimientos del carguero Monte Protegido y del vapor Toro por los submarinos alemanes, y la posterior filtración pública de los telegramas del embajador germano en nuestro país, en donde recomendaba el hundimiento de los barcos citados, fueron sucesos de tensión tanto para los conservadores y los radicales, quienes sostuvieron la neutralidad. Una neutralidad contraria al sentimiento de la mayor parte de la opinión pública, y que con el ingreso a la guerra de Estados Unidos se volvió más riesgosa, ante las presiones del gobierno norteamericano.

SENTIMIENTOS DE GUERRA

En nuestro país, los grandes flujos inmigratorios fueron protagonistas. Muchos volvieron a Europa para participar de la contienda, y otros tantos siguieron las novedades de la guerra a diario. En 1914 Ramón Tarruella dedica un capítulo al lugar que ocuparon las colectividades, quienes a menudo tomaban las calles, representando a escala nacional el drama que se vivía en el viejo continente. A su vez, a medida que el conflicto avanzaba se fue formando, en buena parte de la sociedad argentina, un fuerte sentimiento anti-germánico, compartido y fogoneado por un sector de la prensa y de los políticos opositores. Se atacaron símbolos de Alemania: embajadas, comercios y distintas propiedades fueron violentadas, incluso cuando no se contaba con la certeza de la procedencia, como ocurrió con unos editores de origen danés. Pequeños deslices que parecían consentirse ante el temor que generaban los “bárbaros alemanes”.

El manejo de la información fue una de las armas de la guerra. Londres era el centro por donde pasaban las comunicaciones telegráficas. En nuestro país, por ejemplo, las noticias llegaban solamente desde los países aliados ya que se había cortado la información directa con los imperios centrales. Jorge Luis Borges, en un artículo titulado Mitologías del odio, destaca la labor de la prensa y la propaganda para la obtención del triunfo aliado, llegando a afirmar, con la exageración que lo caracterizaba, que “un continente militó contra los imperios centrales por obra y gracia de los Shah-razads de Lord Northcliffe”. Lord Northcliffe era el dueño del The Times. Lo llamaban el “Napoleón de la prensa”.

En 1914 Ramón Tarruella investiga y analiza los principales acontecimientos que vivió nuestro país durante la Gran Guerra. A pesar de la neutralidad, no fuimos inmunes, como lo muestran los capítulos dedicados a los límites del modelo agroexportador vigente y la incapacidad de autoabastacimiento. Asimismo, durante este periodo Estados Unidos inicia y consolida su influencia económica en detrimento de la decadente Gran Bretaña. A cien años del inicio de la Primera Guerra Mundial, no resulta vano prender nuevas luces: siempre hay que temer a los fantasmas que surgen de las sombras. Ramón Tarruella dice en el prólogo: “Este libro traza un puente entre ese hecho fundacional del siglo y un momento también fundacional de nuestro país”. Y lo logra con creces. Quizás, quienes conocemos y valoramos al Tarruella novelista (Balbuceos; Allá, arriba, la ciudad), sentimos que el historiador le ganó en este caso al narrador, y nos quedamos con ganas de más epifanías, como el trágico y cómico relato acerca de la muerte del agente Leopoldo Aráoz, confundido con un ladrón en una de esas noches en que las calles porteñas se deslucían a oscuras por la falta de carbón. El diario La Prensa levantó la noticia y acusó al intendente Anchorena, autor de la reglamentación que dejaba en tinieblas a la ciudad.

1914. Argentina y la Primera Guerra Mundial
Autor: Ramón D. Tarruella
Editorial: Aguilar
Páginas: 224

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